En Guido y Sarmiento había un camión verde, de aquellos que en los 70 metían miedo, promediábamos el ’83 y en semanas Raúl Alfonsín ganaría las elecciones.
Mauricio estudiaba en el Liceo Militar y caminaba a mi lado buscando por dónde entrar a la cancha. Tenía, no me lo puedo olvidar, un chaleco de corderoy y el pelo rapado. Yo con las mechas un poco largas, lo suficiente como para que “la pelada del Pacelli” me lo permitiera cada mañana al subir las escaleras rumbo a las aulas.
Aquella noche en que tocaban Riff, teloneaban Los Violadores. Semanas atrás habían sacado un disco, el primero del punk de la historia de nuestro país. En ese primer trabajo venían el “El extraño de pelo largo” de La Joven Guardia, con el insulto de “Hippie, patchuli sucio” al final, y la poderosísima Represión.
Cuando entramos a la cancha de madera del Cervecero había muy poca gente. Estaba habilitada la platea y había una parejita sentada, él la abrazaba y de costado miraba a los rockers de la época con chupines negros, tachas y camperas de cuero. Las huestes del metal, la parejita y dos chicos de 13 años que ensayaban ser grandes después haber ido al kiosco a pedir un Colorado 10 mintiendo que eran para alguien “grande” de la familia.
No hablamos aquella noche del Liceo Militar, pero la cabeza y el corte lo delataban, mucho más en aquella argentina “roquera” de principios de los ochenta.
Riff cerró la noche con un show cortísimo, un muy mal show de Pappo, que al ver la cancha vacía decidió romper su guitarra para dejar de tocar. Sin que Susy Cadillac pudiera ser coreada.
Lo interesante fue la banda que abrió y lo que pasó. Cierro mis ojos y veo a Mauri gritar desesperado “Represión”! No existía el pogo, saltamos aquella canción con unas ganas…
Años más tarde, me rajaron de la escuela y él se rajó del Liceo. Después de terminar nuestras adolescencias, nos cruzamos varias veces. Siempre nos dimos un abrazo, un beso y siempre hablábamos de música. Hace más de un año Mauricio murió. Antes, la última vez que lo vi fue en La Casa Walsh cuando pasó a dejar dos bolsos de ropa para las y los inundados del oeste quilmeño; corría 2017.
Hoy, al despertarme y recordar que “Pil” ya no está entre nosotros, pensé en la importancia de la música y la cultura. Sin aquella noche, sin aquel testimonio de gritar “Represión en la puerta de tu casa y en la panadería”, yo no sería éste que soy ni recordaría los abrazos del gordo Mauri y de las ganas de vivir en un mundo mejor.
Gordo, mandale un beso a Pil por ahí arriba y decile que fue parte de mi vida, como vos, y que doy infinitas gracias por eso. Te quiero, amigo, y extraño encontrarme con vos por ahí… pero «Todo puede suceder como la primera vez», sabelo.