FOGWILL, DE BERNAL A LO ETERNO

Uno de los escritores argentinos contemporáneos más destacados, Rodolfo Enrique Fogwill, que se hacía llamar sólo Fogwill, nació en Bernal, un 15 de julio de 1941, y falleció el 21 de agosto de 2010, en Buenos Aires por un enfisema pulmonar. Lo mató la afición al cigarrillo, esa misma que había observado en él Jorge Luis Borges, quien dijo que aquél sociólogo era el hombre que más sabía de tabaco y coches.

Su consejo: escribir como se debe, saber contar sin reproducirse y atreverse a llegar hasta el final sin que importe lo que diga el portero, la novia, la vieja, los amigos.

Fogwill integró, junto a César Aira y Ricardo Piglia, el podio de los escritores argentinos más sobresalientes después de que en los ochenta murieran Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

Escribió más de 20 libros, entre ellos los poemarios El efecto de realidad (1979), Las horas de las citas (1980), Partes del todo (1991), Lo dado (2001) y Canción de paz (2003); los libros de cuentos Musica Japonesa (1982), Ejércitos imaginarios (1983), Restos diurnos (1993) y Cuentos completos (2009) y las novelas Muchacha Punk (1992), En otro orden de las cosas (1998), y Vivir afuera (1998), por el que ganó el Premio Nacional de Literatura.

También creó su propia editorial, Tierra Baldía, desde la que promovió no solo su poesía sino la de poetas hasta entonces desconocidos, como Osvaldo Lamborguini y Nestor Perlongher.

En una entrevista publicada meses antes de su muerte, dijo a El País:

«Cuando yo asumí a Borges como paradigma ya sabía que no iba a ser Borges. No fui un paso más allá, no descubrí nada, pero explote bien la oportunidad. Escribí el destape diez años antes fui el primer tipo de la literatura que puso un consolador eléctrico en un texto literario»

En el destape filosófico fue el primer escritor de la reaganomics, o sea, de la caída de cualquier anclaje real de las utopías comunistas. «No hubo una literatura más militante posmoderna que la mía de 1978.«

Caricatura de El Tomi, en El Ortiba.

Escribía todas las semanas en Perfil sus brutales columnas de opinión. Se peleó con mucha gente: con las Madres de Plaza de Mayo, con Ricardo Piglia, con las campañas a favor del aborto, con el divorcio (él, que se separó muchas veces), con los propulsores del matrimonio gay (el matrimonio es «la institución más mierda que produjo la sociedad contemporánea», argumentó), con la legalización de la droga (que no se privó de consumir).

Estudió Medicina y Filosofía antes de recalar en Sociología. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires hasta que en la dictadura de 1966/1973 lo echaron por comunista. Después hizo fortuna como publicitario hasta que otro régimen de uniforme, el de 1976/1983, lo metió preso por estafa en 1980.

Cuando fue libre apostó por la literatura, camino que había empezado a transitar con El efecto de realidad.

«Yo no podría escribir como vengo escribiendo desde hace 20 años si no tuviera cinco hijos, rencor por las cagadas que hice con mi vida y con las de los demás, enemistad con el orden social o un conocimiento ya hastiado de ciencias sociales. Tampoco si tuviera una esposa que te sigue con un trapo».

La prensa lo recordó como «el último maldito de la literatura, narrador excepcional que ejercía la provocación como una forma de pensar, mordaz y genial».

Fogwill es ya una marca. Casi nadie recuerda su nombre de pila. De algún modo, él promovió este olvido a los 44 años, días antes de publicar su séptimo libro ,»Pájaros de la cabeza» cuando vio la futura tapa y decidió, por una cuestión estética, de diseño gráfico, truncar su firma. Desde entonces fue solo Fogwill. Para ello, este escritor y publicista creó un personaje del que pocas veces quiso escapar. Un personaje procaz, sincero, hipersexual, polémico. Egocéntrico, aunque a veces perdedor. Despiadado pero tierno en ocasiones.

Cada escritor tiene su máscara y arma su pose. Mi pose es aspirar siempre a mentir con la verdad: engañar de que valgo la pena diciendo que no valgo la pena».

A pesar de que ganó el Premio Nacional de Literatura, de que publicó libros en casi todos los géneros, novelas, cuentos, ensayos, poemas que fueron traducidos al francés, alemán, croata y mandarín, Fogwill solo es popular en los círculos intelectuales. Más allá de lo prolífico del autor, salvo contadas excepciones y libros reeditados, como el de sus cuentos completos, si uno va a una librería argentina y pide por Fogwill lo más probable es no que no encuentre nada. Además de ser un escritor de culto es, sin referirse a un estado de cansancio ni a una ausencia de ideas, un escritor agotado. El no suele conocerse como un “escritor de culto”. ¿Qué es un escritor de culto? No tiene la menor idea. Cree que, quizá, los que así lo califican entiendan por ese concepto a un escritor que vende poco y se admira mucho. A uno que tiene escasos lectores, pero que compran todos sus libros.

Tal vez, a uno que era un chico, como todos los chicos. Un chico consentido, «no con sentido, sino consentido», decía, el hijo único, que escribió su primer poema a los ocho años: A Nuestra Señora de Fátima en la Entronización de la Imagen Divina, en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quilmes.

Fogwill sigue diciendo de si mismo «soy el que produjo esta mierda que soy ahora, que se permite todos los vicios, el tabaco y el chicle» pero prefirió siempre eludir toda referencia a su niñez.

En su juventud

En el año en que la Argentina fue sede del mundial de futbol, durante la dictadura de Jorge Videla, Fogwill, que por entonces dirigía una agencia de publicidad, editó su primer libro: los poemas de El efecto de realidad. Un año después con Mis muertos Punk ganó el premio Coca-Cola que, además de plata, incluía la publicación del libro. Sin embargo, cuenta que, después de cobrar el cheque y sorprendiendo a los editores, se sentó a negociar. “Les dije: ‘este libro vale tanto’ ellos querian publicarlo gratis, así que decidí no cumplir las condiciones del premio y listo». Asi, su propio personaje, empezó a hacerse conocido.

Cuatro años después, durante 72 horas sin dormir, con doce gramos de cocaína encima, como se menciona en algunas de sus biografías, Fogwill escribió una novela Los Pichiciegos, que figura en los programas de letras de todas las universidades del país. La historia, una novela anti épica, transcurre en las Islas Malvinas durante la guerra contra Inglaterra, y retrata de forma casi premonitoria (la escribió en simultáneo con el conflicto) el clima que se vivía en el frente de batalla.

«El miedo, el miedo no es siempre igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo (a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida) y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo, el miedo al miedo que siempre llevas».

Tres ediciones de «Los Pichiciegos«

Martín Kohan dirá en El país de la guerra que “Los pichiciegos es el texto que abre en la narrativa argentina la vertiente posible de un contrarrelato de la guerra de Malvinas». La razón le asiste a pleno al autor de Museo de la revolución.

Unas palabras suyas revelan esa irreverencia que lo destacó a lo largo de su carrera literaria:

«El otro día publiqué en La Voz del Interior una nota sobre un festival de música en el concheto balneario uruguayo de José Ignacio. Las fuerzas vivas del pueblito, la Junta Vecinal, se armó de una copia y ahora me llega el mensaje que estaban contentísimo, porque interviene en una interna de propiedades que yo no tengo la menor idea que existe. Toqué, digamos el tema de los Paraísos artificiales de la burguesía, que celebran una vida sana, ecológica, sin ruidos sin velocidad, sin toxinas, siendo que toda esa polución y toxicidad, y la pobreza son producto de su propio afán de lucro. Lo tuvieron que leer, se lo tuvieron que bancar; pero estaban contentos».

Su archivo personal, compuesto por materiales inéditos, manuscritos, fotografías, videos y documentos digitales, fue donado a la Biblioteca Nacional por sus cinco hijos: Andrés, Vera, Francisco, José y Ana, quienes lo desarrollaron sobre una importante base documental generada por el mismo escritor, como un modo de preservar su legado literario y facilitar al público y estudiosos el acceso a su mundo interior y creativo.

El material recuperado, concebido y organizado bajo la supervisión de Veronica Rossi, fue entregado al director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, quien aseguró que el autor de Los pichiciegos será, por definición, inarchivable.
Agradeció el privilegio de recibir cosas en las que dejó su impronta y su huella.
Durante el acto de donación, destacó: «Embalsamadores, abstenerse, estos archivos están vivos».

Juan Sasturain recibe el archivo de los hijos

Fuentes: El País,Telam, El Ortiba, La Izquierda Diario.


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