Después del trágico diciembre de 2001, las cosas para los sectores más vulnerables no cambiaron en nada. El helicóptero y los muertos sólo ayudaron a que la casta rancia disfrazada de peronista de esa época (algunos que continúan en ésta) volviera al poder.
Las asambleas, los piquetes, las ollas populares y las organizaciones barriales, que daban lugar a alternativas emergentes como los trueques, eran la forma de resistencia. Maxi y Darío estaban cortando el Puente Pueyrredón en reclamo de trabajo, planes sociales y asistencia a las urgencias barriales.
De golpe, la represión brutal para desalojar el lugar —con gases lacrimógenos, balas de goma y plomo— logró dispersar a los manifestantes. Pero la persecución siguió, sobre todo entre quienes la policía ya tenía identificados como “organizadores de las protestas”. Es ahí, en la estación Avellaneda del ferrocarril Roca, donde, mientras Maxi socorría a Darío agonizando en el suelo, recibe un disparo por la espalda.
Los responsables directos de estas muertes fueron el comisario Franchiotti y el oficial Quevedo. Y el responsable “indirecto”, Felipe Solá, quien ejercía el cargo de gobernador. Que la historia no se repita. Estos últimos días vimos caras impresentables, oportunistas que siempre vivieron de la política por ser “hijo de” o “apellido tal”. No estamos en momentos para tibios, y las necesidades de los barrios son las primeras que tienen que ser atendidas.
#MAXIYDARÍOPRESENTES
#AHORAYSIEMPRE
