MILEI, UN PELIGRO PARA LA PAZ SOCIAL

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En tiempos de polarización extrema y crisis social, los discursos de las figuras políticas adquieren un peso que va mucho más allá de las palabras. Las recientes declaraciones de Javier Milei sobre el peronismo y Cristina Fernández de Kirchner, han desatado un nuevo nivel de controversia. En una entrevista, Milei expresó su deseo de «poner el último clavo al ataúd del peronismo» con «Cristina adentro», evocando imágenes peligrosas de eliminación física del contrincante. Este tipo de retórica no sólo es muy irresponsable, sino que evoca los fantasmas más oscuros de nuestra historia.

En primer lugar, la comparación metafórica con un «ataúd» y el deseo explícito de «cerrarlo» con una figura política adentro lleva a recordar la violencia política en Argentina, marcada por la dictadura y la persecución ideológica. Estas referencias no pueden ni deben tomarse a la ligera, en especial cuando vienen de la Presidencia, quien debería ser garante de la paz social y del diálogo democrático.

El uso de un lenguaje violento y deshumanizante en la política tiene consecuencias reales. Incentiva una cultura de la agresión en lugar de una de debate, fomentando la idea de que los adversarios no son simples opositores con diferentes ideas, sino enemigos que deben ser eliminados. En este contexto, las palabras de Milei resultan muy peligrosas, promueven la confrontación y el odio en una sociedad que necesita espacios de encuentro y consenso para superar sus desafíos más profundos.

Como bien señaló el senador Eduardo Wado de Pedro, las declaraciones de Milei no sólo son repudiables por incitar a la violencia, parecen una estrategia para desviar la atención de sus fracasos económicos. El presidente, en lugar de abordar con seriedad y autocrítica los problemas estructurales del país, opta por atacar a la oposición, descalificando a figuras clave del peronismo. Este tipo de maniobra es conocida: ante la incapacidad de mostrar resultados concretos, se recurre al ataque para movilizar a las bases más radicalizadas y distraer la atención pública.

La cuestión de fondo aquí no es solo el contenido de las críticas, sino el tipo de cultura política que se está construyendo. Cuando los líderes de una nación promueven la violencia verbal y la descalificación personal como herramientas válidas de la política, socavan las bases del sistema democrático. La política debe ser un espacio de confrontación de ideas, no de destrucción de personas o movimientos.

Además, el ataque constante a las universidades públicas y a los estudiantes por parte de Milei es otro síntoma preocupante de ese estilo. Las universidades son un bastión de pensamiento crítico y de formación ciudadana. Acusarlas sin pruebas de corrupción y desprestigiar el compromiso de los estudiantes que luchan por una educación digna no solo es injusto, sino también peligroso. A lo largo de la historia, las universidades han sido un espacio de resistencia frente a políticas autoritarias, es en ellas donde muchas veces nacen los movimientos sociales que exigen un país más justo.

Resulta alarmante que, en lugar de fomentar un diálogo constructivo sobre los problemas reales que enfrenta la educación, se intente desacreditar a las instituciones y a quienes las defienden. La retórica del «robo político» que Milei utiliza para justificar la falta de financiamiento universitario no tiene base en la realidad y se presenta como un intento más de demonizar cualquier oposición a su proyecto de gobierno.

Por último, la construcción de enemigos imaginarios, como «los kirchneristas», «los zurdos», «la izquierda» o «los radicales» que, según Milei, controlan y manipulan todos los espacios de poder, es una forma simplista y peligrosa de ver la política. Este tipo de narrativa solo sirve para dividir aún más a una sociedad que ya está fragmentada y debilitada por la pobreza y la crisis económica.

La política, como ejercicio de lo público, debe recuperar el respeto por las diferencias y el valor del diálogo. Argentina necesita líderes que puedan proponer soluciones a los problemas estructurales del país sin recurrir a la violencia discursiva. La eliminación simbólica de un adversario no sólo es inaceptable sino que es una receta para la inestabilidad social y el caos.

Las declaraciones de Milei no deben ser minimizadas ni tratadas como simples provocaciones. Nos enfrentamos a un momento crítico en la historia política del país, y es responsabilidad de todos, referentes y ciudadanos, exigir una política basada en el respeto, el debate de ideas y la construcción de un futuro común. Argentina ya ha vivido las consecuencias de la violencia política, y no es posible permitir que se repita.


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