CORTITAS DESDE TUCUMAN

SAN MIGUEL DE TUCUMÁN (enviado especial)

Cientos de tucumanos con camisetas, buzos y cualquier distintivo de San Martín rondan la puerta. Mientras tanto, la Policía es celosa para con
cualquiera que no tenga tonada local.

–¿De dónde son? –espeta uno de control.

Periodistas de Quilmes no pueden entrar por disposición de la
Subcomisión de Prensa de San Martín. Por obra de prensa de Quilmes, quienes concurrieron a trabajar a la Ciudadela lo hicieron con otros artilugios.

–Soy el hermano del Cholo, estoy en la lista, entró recién mi hermano –dice uno y entra luego de ser marcado en una de las tantas listas que hay en el
ingreso.

La Policía arma un operativo como si hubiera público: uniformados con escudos, cascos y palos, calles valladas y todo el cotillón de la fuerza que no alcanzan para evitar el ingreso de los más de 600 periodistas y allegados que ven el partido desde palcos y platea.

“Eso sí, periodistas de Quilmes no acreditamos porque tenemos muchos medios”, fue la excusa en la semana previa.

En la zona donde se alojan los dirigentes de Quilmes, ocho policías forman un cordón (para dividir de los otros “periodistas y allegados”) más otros ocho que ingresan a un palco, comen empanadas y hasta convidan un vaso de Secco sabor dudoso a quien firma. Mientras, el Máquina Giampietri y el Tigre Amaya, un histórico de los equipos del noroeste argentino, charlan amigables.

“La concha de tu madre, porteño hijueputa”, grita un periodista o allegado de San Martín porque Facundo Pons queda en el piso mientras el golero
local lo manosea cuando intenta levantarlo. El clima es áspero y lo reconocen hasta los policías:

“Esperen para ir al baño porque ustedes no son de acá”.

Pero el fútbol se gana con goles y Quilmes metió dos; ellos, uno. Allí, los periodistas y allegados locales insultan al árbitro por dar poco tiempo; a los futbolistas visitantes, por ganar, y se van mascullando bronca.

Esperen y salen tranquilos dicen los uniformados.

Mientras, en el silencio provocado por la calentura ciruja, suena de fondo el vestuario visitante: “¡Soy de Quilmes, yo soy!”.


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