EVITA: HISTORIA DE UNA FOTO

Por Héctor Rodríguez

Acaso la foto más famosa e icónica de su figura, la que durante los años ’70 la juventud militante adoptó como bandera a la victoria. La imagen tiene su historia.

Mediados de 1948, Quinta de San Vicente. El fotógrafo oficial de Perón, para él y para Evita, Pinélides Aristóbulo Fusquito Fusco, fue convocado un día de primavera para registrar la entrevista que le harían enviados brasileños que habían llegado sin reportero gráfico. Fusco se ocupaba de documentar toda la actividad del gobierno y, en particular, las obras de la Fundación Eva Perón. Tras ir ganando confianza, conocía la intimidad de la pareja como nadie.

Luego de algunas tomas en el interior de la casa, Fusco sale con Eva al jardín. Con mirada artística, dispara su Rolleiflex en el instante en que ella sonríe, fresca, sin mirar a la cámara. El cielo actúa de fondo y la imagen queda eternizada. Sin maquillaje, el pelo lacio, suelto y al viento, sólo abrigada con un saco amplio, mira el futuro que imagina victorioso, sin advertir aún el final que llegará en pocos años.

Se cumplen años de aquel frío sábado 26 de julio de 1952, cuando un locutor de voz grave y apagada cumplió el “penosísimo deber de informar al pueblo de la República”, por cadena nacional, que a las 20.25 había fallecido la señora Eva Perón. Daba comienzo en (casi) todo el país un largo duelo, embebido en una tristeza inagotable.

Los funerales de Evita se extendieron durante 16 jornadas donde todo fue dolor, luto y desesperanza.

Una muchedumbre huérfana, como jamás volvió a reunir la historia argentina, formó colas de más de 30 cuadras para verla por última vez, en silencio, rezando, llorando desconsolada a su líder y en medio de una lluvia de claveles, orquídeas y crisantemos arrojados desde los balcones.

Allí también, Fusco registró en esas largas jornadas el inédito acontecimiento. (Tras el derrocamiento de Perón, debió esconder su archivo fotográfico en la curtiembre de un familiar; fue recuperado hace pocos años por su nieto, Matías Méndez, quien convirtió en libro el extraordinario trabajo de su abuelo).

Evita, figura irreemplazable, sobrevivió a generaciones que la adoraron hasta sacralizarla; a quienes la invocan aún en su genuina rebeldía y a sus odiadores, que prohibieron su foto y su nombre.

El mito más potente que haya parido nuestro país en toda su historia, sigue tan vivo en la memoria de millones de argentinos como el primer día.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *