
Un cielo cerrado y con nubes que invitan al mate con bizcochos presenta Santiago del Estero. “Que no toque el calor de 60 grados, por favor”, ya suplica un lugareño que vuelve a sus pagos desde Buenos Aires. Como siempre, el ritmo de vida del interior es más calmo que el de la frenética Quilmes, mucho más en domingo.
25° grados a las 9 de la mañana reciben a los hinchas cerveceros que se acercaron a Santiago para ver a su equipo en cancha después de año y medio. Es que Mitre vende entradas y, como siempre que se juega en el interior, habrá fanáticos del Decano en el estadio. Así lo hizo saber Mariano, de Quilmes Oeste, que viajó anoche desde Retiro junto a dos amigos:
“Para mí, venir acá es Disneylandia. Como decíamos ayer, algunos quieren ir a Ezeiza y tomarse un avión. Yo soy feliz si viajo a ver a Quilmes. Ojalá hoy ganemos”.

Un vagabundo con zapatos gastados y pantalón Adidas de cuatro tiras duerme en la terminal de la capital provincial, a la que se accede por una autopista que evita colapsar con micros el tránsito ciudadano. En Santiago conviven postales de pobreza estructural con las más vanguardistas obras públicas. El puente carretero y el estadio Único están frente al desvencijado hipódromo y un barrio de casas bajas frente al Río Dulce cuya miseria no tiene nada que envidiarle a Buenos Aires.
“Hubieran hecho algo más normal y no tanto lujo frente a tanta miseria. Lo mismo que el estadio, dicen que es uno de los mejores de América, de nivel europeo. ¡Este Zamora!”
Un santiagueño recién llegado de Buenos Aires a la terminal
Mientras, los santiagueños que trabajan por la zona defienden lo hecho por las gestiones de gobiernos nacionales y provinciales.
“Tenemos el mejor estadio del país, juega Messi acá y Scaloni dijo que le encanta la cancha. Es una de las únicas que tiene un monumento a Diego Maradona. Nunca me hubiera imaginado que Messi iba a venir a Santiago, hermano”
Lola, vendedora de barbijos y chucherías en la puerta de un supermercado

Los Santini son los que más ansiosos están. Rubén, el padre de todos, está feliz.
“Juega Quilmes y puedo ir, ¿Qué más puedo pedir? Soy socio desde chiquito, hace cuarenta años me vine a Santiago del Estero por amor y me quedé. Eso sí, sigo pagando la cuota y estoy al día”.
Rodeado de ganado y en una casa que, si se observa bien, deja entrever su condición de cervecero. Una foto del equipo ascendido en 2010 y el reloj que usa en la cocina con el escudo y las siglas QAC engalanan su hogar. Su hijo mayor es santiagueño pero también de Quilmes. Se llama Franco y “nació un tiempito después del campeonato del campeonato del 78”, dice su papá, orgulloso.