Por Hugo Ponce
Cuánto coraje (no exento de contradictorios flechazos en el alma), habrán sentido en su sangre los lugartenientes de Túpac Amaru cuando decidieron levantarse contra el insoportable yugo español.
¿Y los querandíes, asombrados pero no tanto por los grandes barcos que asomaban en el horizonte del hoy llamado Río de La Plata?
¿Y las vecinas combatientes urbanas de aquella Buenos Aires invadida por el inglés sanguinario y beodo (al que apuntaban entre ceja y ceja y dejaban desparramado con su bayoneta y su whisky)?
¿Y las conventilleras de la gloriosa huelga de las escobas?
¿El peoncito que se sumó gustoso al Grito de Alcorta?
¿Los estudiantes de la Reforma Universitaria?
¿Los descamisados del 17 de Octubre y las patas en la fuente?
¿Los heroicos y heroicas comunistas revolucionarios que dieron su vida enfrentando al golpismo que derrocó a Isabel?
¿Los combatientes de Malvinas?
¿Las hermosas piqueteras de las ollas del Argentinazo?
¿Las pibas de la marea que cada vez es más verde…?
Al fin y al cabo, rechazar el acuerdo con el FMI no sería otra cosa que una manera de plantar bandera; una asombrosa forma de sembrar poesía.