PACHO MARGNI: 50 AÑOS DE UN CRIMEN POLITICO

Exclusivo. De su libro inédito.

Cuando apresaron a su célula de FAP

Cobijados de la fría noche quilmeña del viernes 30 de julio de 1971, en la casa alquilada de Dorrego 812, tres hombres a la mesa en una sala blanca, sin TV ni muebles, oían a la rubia embarazada:

–Lo único que no tenemos en común es el año de nacimiento, porque yo soy del ‘43, pero como Pacho es del 13 de noviembre…

–Ya sabés lo que tenés que hacer si soy el mayor –bromeó a su lado, flaco y alto, Pacho Margni.

–… Juntos empezamos el secundario en el Nacional, cuando derrocaron al Viejo. Nuestra primera militancia fue por la laica o libre; perdimos. Juntos nos recibimos y juntos nos anotamos en Medicina, de La Plata, aunque él no terminó.

–Claro –intervino el Indio Allende, con barba que le tapaba la cicatriz del balazo que le dejaran los secuaces de Angel Abasto–, entre la caza y el tiro al blanco, no tenía tiempo para nada.

–Pará, Indio… Y la militancia.

–Y la militancia, claro, la militancia. Eso siempre fue prioridad.

–Seguí, Rosa –propuso su vecino Carlos.

–En cuarto, pedí el pase a la UBA; en ese centro de estudiantes sí que hacíamos movilizaciones, y apenas me recibí, nos casamos.

–El 3 de febrero del ‘67. ¿Ves que me acuerdo?

–Sí, también me acuerdo, cuando en la Catedral todos se arrodillaron, te quedaste parado –le señaló con el pulgar–; el cura le hacía señas para que se agachara y, él, ni bolilla –rieron.

–Es que entonces, ya estaba en la orga. ¿Qué habrían dicho si me hubiesen visto los Villaflor, El Kadri, bigote Alonso…

–Ese año nació Andrea. Está con la abuela, ahora.

–Mi hijo me salvó. No fui al tiroteo en el que Vandor mató a Rosendo, porque nacía Facundito. De partera vino María Ester, la que me hizo nacer, amante de mi viejo –más risas del Indio.

–¿Y cuándo viene el hermanito?

–Hermanita. Será Victoria. Ya la siento dar pataditas.

Los golpes sonaron a la puerta; muy fuertes. Rosa saltó de la silla, todavía con un echarpe sobre la ropa de consultorio.

–No abras –Pacho apagó su cigarrillo.

Rosa quedó junto a la mesa cuando sonaron nuevos golpes:

–¡Abran! ¡Es la Policía!

Pacho y El Indio se hicieron una seña. Carlos manoteó sus Particulares; se levantó y corrió, seguido por El Indio, hacia el fondo oscuro. Pacho entreabrió la puerta; se le metieron, desarmó y tomó de rehén a uno, pero no pudo evitar que el otro siguiera hasta el patio al que llegó cuando El Indio saltaba la pared. Carlos se parapetó sobre unos escombros y disparó. Al Indio se le trabó su Luger 9 mm. Corrieron por el pastizal hacia la derecha para salir por Monroe, donde había otra pared y una puerta que…

–¡Está cerrada!

Por sobre esa tapia veían luces de reflectores.

–Dejá, volvamos.

Afuera, los de la Comisaría 1ª de Quilmes cubrían a la Federal.

Adentro, retuvieron a Carlos y al Indio en la sala; revisaron el consultorio, las dos piezas y, tras dar vuelta todo, hallaron un arma. Sacaron a Rosa; después, a Pacho; filmados por la TV:

–Comisario, ¿adónde los llevan?

–Serán trasladados a la Superintendencia de Seguridad.

* * *

El Dr. Eduardo Penhos (1933-2024) me contó: era un loco de la guerra; el primo Densa le vio un polígono de tiro en la casa. Un día charlaba en una playa y sentí entre mis piernas un viento y el ruido seco de un cuchillo que se clavaba en el árbol junto al que me hallaba. Se acercó Pacho:

–Jajja, ¿te asustaste, Penhos?

Cuando en Medicina debió rendir Histología, pidió por él su cuñado Guillermo Molinelli, pero el día de la prueba, aún cuando le habían adelantado los temas, no sabía nada. El profesor Penhos no quiso contrariar a la familia y le puso un 4. Peor le fue ante Moisés P., ante quien fingió taquicardia. Pasado el teatro, recibió ayuda del titular, quien le señaló el cuadro de un benemérito prócer de la medicina, pero Pacho sólo atinó a imaginar:

–Ah, sí, a ése creo que lo tengo visto de la tele.

* * *

En la SS, sentados en el suelo, oirán a un sargento:

–¿Fuiste vos el que me tiró?

Carlos asintió apenas.

–¿Sos casado?

–… Y tengo un hijo.

–Suerte que no te maté.

Otro policía le preguntó al Indio, tendido, atado aparte:

–¿Vos sos Eduardo Allende, no? ¿Qué hacías con documento falso?

–…

Entonces sintió confluir cables de El Chocón y de Atucha.

–Ahora vas a hablar, guachito –le daban­– ¿Sos pesado?

El Indio se arqueaba pero no hablaba; y le daban.

–No importa, igual vamos a procesarte por el DNI falso y presunción de asociación ilícita.

María Rosa Molinelli, embarazada de cuatro meses, tuvo como abogado a Raúl Cacho Reali y, después, a su primo, Ricardo Cornaglia. A la semana fue liberada. El Indio, Pacho y Carlos fueron trasladados a Devoto, donde ya estaba Robi Santucho.

Habían caído a un mes de la fuga de Amanda Peralta y otras tres presas; a una semana de la primera muerte causada por la guerrilla en la zona, el cabo Juan Ferro, y un día después de que el ERP en su aniversario, diera una conferencia en un micro donde una pareja y un encapuchado pasearon a cuatro corresponsales desde el Docke a Varela.

Dos semanas más tarde, el vocal Marcelo Barreda, de la Sala III del fuero anti subversivo en la Cámara Federal (Camarón), dictaba:

–Prisión preventiva para Eduardo Allende (30 años) mecánico textil; Osvaldo Horacio Margni (28) radiólogo; y Carlos Alberto Castro Borda (24) comerciante, por los delitos de asociación ilícita; falsificación de documentación pública; resistencia a la autoridad; portación de arma de guerra. Se traba embargo a Allende por 300 mil pesos; 200 mil para Margni y 50 mil para Borda.

La Opinión, 1º de septiembre de 1971, pp 10: “Prisión Preventiva para 3 acusados de subversión”.

Pacho estuvo todo el verano del ’72 preso en la capital chaqueña hasta que salió pedido por el juez de Buenos Aires, donde Cornaglia desmontó las imputaciones:

–Esa pistolita no puede ser considerada arma de guerra. Además, se la facilitó un oficial amigo. Sí, claro, sí, un policía. “Resistencia a la autoridad” no hubo porque la supuesta autoridad no se había identificado en forma debida ni había orden que permitiera actuar en la propiedad. El procedimiento fue ilegítimo y, el desarme, mi cliente lo hizo adentro.

–De acuerdo, doctor, pero deberá cargar con la condena por munición de guerra en torno a la posesión de balas 9 mm. Con todo, se puede ordenar la libertad en esta misma audiencia.

Cornaglia respiró aliviado. Pacho sonrió:

–Me voy a Bernal; a casa.

Al año siguiente se reencontrarían con el Indio Allende luego de la amnistía de 1973; recibieron a Perón; soportaron el corrimiento a la derecha y, hacia febrero de 1974, ya eran otra vez “prófugos”: Las fotos de Rosa y Pacho Margni, aparecieron el lunes 18 en tapa de El Sol.

Lo que hicieron en los huecos de tiempo incluyó prácticas de tiro en la calle como parte del grupo de FAP que integraron con el Oso Jesús Ranier (que pasaría a ser soplón del Ejército un mes después del crimen contra Pacho); una operación en Avellaneda sobre un médico de la trenza manicomial del hospital Borda que abusaba de su poder; algunas apuestas que llamaron la atención y la intromisión de un policía de apellido Kearney (de la fonética del Indio, que le endilgó su muerte).

Chau, Pacho

Rosa Molinelli telefoneó a Cornaglia para avisarle:

Pacho salió de Bernal y no regresó. ¿Presentás un amparo?

Colgó y quedó pensativa. Compartía la certeza de que la mano venía pesada; quedarse era una estupidez.

No se dieron cuenta de su cercanía o, quizás, no tuvieron tiempo.

El 4 de septiembre, en Ciudad Universitaria, su cuñado sólo vio restos de un antebrazo, la mitad del pecho, húmero y cabeza separada del torso, tan carbonizados como el auto.

Oscar Margni se apartó hasta un teléfono:

–Le habían hecho una corona a los dientes de abajo; por qué no les decís al Chiche Manganaro y a Néstor Diez que vengan…

Luego, oyó de un policía que la carrocería del Fiat 128 tenía un balazo. Recordó de otro modo aquella pasión por el tiro y las armas, compartida con su hermano, casi un lustro menor.

–Es la corona que le hicimos a Pacho –reconoció el dentista.

Más tarde, el forense habrá de detallar:

–Un tiro de .38 al pecho y seis de .45. Necesitaremos los datos.

–Sí, claro. Se llamaba Osvaldo Horacio Margni, vivía en Aristóbulo del Valle 75, Quilmes. Tenía 32 años.

Oscar tomó la primera manija del ataúd liviano. Caminaba hacia el fondo del cementerio de Ezpeleta con el paso lento del recuerdo: el espíritu anarquista que la familia insufló como base de oposición a toda autoridad; el yrigoyenismo del padre; las gastadas de Pacho porque su hermano era radical y su respuesta, orgullosa, de que en el ‘53 había ido preso por pintar contra Perón.

Se sorprendió en un soliloquio, como si estuviera a su lado:

–Vos creías que estaban las condiciones para la revolución. Nunca creí que los combas cambiaran la realidad así; tal vez no te lo dije con el suficiente énfasis, aunque nunca le diste bola a los consejos. Mamá guardaba los diarios que te citaban, pero ahora, ¿de qué me sirve haber tenido razón? Si esta desviación militarista termina haciendo mierda a los mejores cuadros.

Sus ojos se empañaban mientras continuaba su diálogo mental.

–Sí, ya sé; no reconocías límites a la libertad de hacer lo que se te cantara. Vivías a grandes tragos; con tu carisma para hacer amigos e ir al frente, no podías parar de estar en todos los quilombos. Te burlabas de la libertad burguesa. De haber tenido un gobierno de izquierda, hubieras sido facho, pero el fascismo te llevó y por eso te debía este último homenaje en honor a tus sueños de que todos tengamos igualdad de oportunidades bajo el socialismo.

El cajón fue bajado, envuelto en una bandera roja que pronto empezó a ser enterrada.

  • Esta investigación se hizo hace dos décadas, sobre entrevistas a Molinelli y sus hijas, Castro Borda, Allende, Cornaglia y el hermano de Margni.
  • Allende me contó el trasfondo del crimen, que le endilgó al policía del que no recordaba su nombre de pila. Tuvimos muchas entrevistas (una vez con la hija de Gucho Tarquini) en la casa que había sido de Rosa, donde vivió hasta su muerte en 2002.
  • Un policía de apellido Kearney, Miguel, llegó a ser jefe del Destacamento de Arana durante la dictadura, llevado a juicio como parte del Circuito Camps, contra los que declaré en 2012, donde fue tomada la foto que ilustra esta nota.

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